No debemos ser como el hombre que entro a un monasterio en el que se permitía hablar a los monjes solo dos palabras cada siete años. Después de que habían pasado los primeros siete años, el iniciado se encontró con el Abad, quien le pregunto:
-¿Bueno, cuales son tus dos palabras?
-Mala comida, replico.
El hombre regreso a pasar otro periodo de siete años antes de reunirse otra vez con su superior eclesiástico.
-¿Cuales son ahora tus dos palabras?
-Cama dura, respondió el hombre.
Siete años mas tarde, o sea veintiún años después de su ingreso en el monasterio, el hombre se encontró con el Abad por tercera y última ocasión.
-¿Cuales son tus dos palabras esta vez?
-¡Me voy!
Bueno, no me sorprende, contesto el disgustado clérigo, ¡todo lo que has hecho desde que llegaste ha sido quejarte!
Conclusión:
No sea como ese hombre, no tenga la fama de que sus palabras solo sean negativas. Cuando hablamos indebidamente se disminuye nuestra capacidad de ver y oír la voluntad de Dios.

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